Trecho inicial
Reconstruyo el mapa de los afectos y los fragmentos de personas que se han clavado en el costado. “Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra”, cantan dos voces gitanas mientras vuelvo a escuchar la ligereza de Bea entrando de madrugada.
La música me la acerca, con sus palmas y sus porros. Con el viento de Levante que sopla en tierra de nadie. Con la henna y las confesiones sobre lo que se esconde detrás de las personas demasiado feroces.
Bea es granaína, como las pollas en la boca y las cruces. Su risa sin medida contrasta con la piedra húmeda, resbaladiza. Ella me mostró otros modos de sobrevivir. Que no todos aparentan sus lamentos. Que algunos los transforman en bruta vivacidad. Otros, en indiferencia. Que no hay otro remedio, que lo que nos distingue es el método.
Ahora que repaso las puertas y los mares me acuerdo de ella, igual que de algún que otro sofá que he ido ganando con el tiempo, aunque hoy el mío no me reconozca. Ya no se acopla a mi cuerpo, no es apto para extraños y sólo el gato reposa ajeno a lo que no sea su propia comodidad. A mi tristeza. Y a mis ganas de ultrapassarla.
La música me la acerca, con sus palmas y sus porros. Con el viento de Levante que sopla en tierra de nadie. Con la henna y las confesiones sobre lo que se esconde detrás de las personas demasiado feroces.
Bea es granaína, como las pollas en la boca y las cruces. Su risa sin medida contrasta con la piedra húmeda, resbaladiza. Ella me mostró otros modos de sobrevivir. Que no todos aparentan sus lamentos. Que algunos los transforman en bruta vivacidad. Otros, en indiferencia. Que no hay otro remedio, que lo que nos distingue es el método.
Ahora que repaso las puertas y los mares me acuerdo de ella, igual que de algún que otro sofá que he ido ganando con el tiempo, aunque hoy el mío no me reconozca. Ya no se acopla a mi cuerpo, no es apto para extraños y sólo el gato reposa ajeno a lo que no sea su propia comodidad. A mi tristeza. Y a mis ganas de ultrapassarla.
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