Hotel
Las piedras de Santiago se nutren de agua y niebla. En los callejones, tus pasos se quedan registrados; la tierra es incapaz de absorber los restos, las colillas, los efluvios y cada vez que suenan las campanas se expanden voces que hace siglos que deberían haber permanecido en silencio. Las iglesias no esconden tanto pecado ni tanto ánimo de rendención. No os equivoquéis conmigo. No pido perdón. No me arrepiento, salvo los segundos que aprovecho para revisitar la calle que desciende en picado y que me vuelve a situar desnuda, ridiculamente humana, frente a mí misma y a las estructuras que me protegen. Descubrimos la miseria mientras repasamos los siete pecados capitales. Nos falta una de las víctimas femeninas de un mundo que todavía no se ha acostumbrado a oirnos. Que se construye sobre la falsedad de lo aprendido, que decidió esculpirlo en piedra y bañarlo en agua, que todo lo redime, lo expulsa, lo convierte. Líbrame de tanta falsedad y déjame que erija mis propios excesos.